Había una vez una niña que se llamaba Marina, tenía 9 años. Era alta, de pelo largo y rubio, con una bonita trenza. Sus ojos eran marrones como un Topacio. Su piel era morenita. Le gustaba contar historias de fantasmas.
Un día mientras dormía soñó con un pequeño fantasma, de color transparente, y de ojos dulces. En su sueño se hicieron amigos, jugaron en una casa abandonada, le enseñó a volar, atravesar puertas y paredes. Se quedó a dormir en la casa, cuando se despertó escuchó unas voces extrañas que provenían de la cocina. La niña fue hacia allí, se encontró cinco fantasmitas revolucionando la cocina, se quedó sorprendida al ver a esos seres divertidos y juguetones, que al verla la invitaron a desayunar y ella aceptó encantada. Tras el desayuno recorrieron todos los rincones de la casa.
En pocas horas se hicieron grandes amigos. Al más pequeño le puso el nombre de Ojito, era su mejor amigo. A los otros 4 les llamó; Glotón, Travieso, Gruñón y Feliz.
Decidieron gastar una broma a unos niños traviesos que andaban siempre husmeando por allí, y cuando lo tenían todo preparado alguien tocó al timbre de la casa y se despertó de su sueño.
Aquel sueño le ayudó a no tener miedo a los fantasmas y solo pensaba en volver a dormirse para disfrutar de una nueva aventura con su pequeño amigo fantasma.